Las cicatrices de la guerra: la convivencia fuera de Ciudad del Canto
Mientras que Ciudad del Canto representa un faro de esperanza para la paz en Alkhair, la realidad en el resto del mundo está marcada por las profundas cicatrices de siglos de guerra. Fuera de esta ciudad única, la convivencia entre humanos y meskar es una frágil tregua, a menudo teñida de desconfianza, prejuicio y violencia.
Una paz superficial
El tratado de paz ha logrado poner fin a las grandes guerras, pero no ha borrado el desprecio mutuo que se ha enraizado en la cultura de ambas especies. En los supercontinentes meskar y humano, los visitantes de la otra especie rara vez son bienvenidos. Las leyes castigan la violencia y la hostilidad abierta, lo que ha empujado el conflicto hacia un terreno más sutil y personal. La coexistencia se ha vuelto un acto de evitación más que de cooperación.
Prejuicios arraigados
Esta desconfianza se manifiesta en las interacciones cotidianas. Un meskar que se encuentra con un humano lo percibe como débil e indigno de confianza, un ser insignificante que no merece su respeto. Por su parte, el humano ve al meskar como una criatura salvaje y carente de modales, un monstruo peligroso. Estos prejuicios se evidencian en pequeños gestos, en palabras cargadas de sarcasmo y en una tensión constante que no necesita de grandes batallas para hacerse sentir.
La realidad de la separación
En este mundo, la amistad entre meskar y humanos que se ve en Ciudad del Canto es casi inexistente. Si hay cooperación espóradica, es por pura conveniencia y no por real voluntad de acercamiento. Caminar solo por un territorio ajeno es arriesgado, y la protección de un compañero de la especie local es, a menudo, una necesidad. Las acciones hostiles no siempre son grandes actos de violencia, sino miradas de desprecio, palabras hirientes o un servicio descortés que ponen en evidencia la profunda desconfianza que aún separa a ambas especies.
